GOU, una propuesta feminista
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En el Día Internacional de la Mujer hemos pedido al profesor de Derecho Constitucional Fernando Rey que escriba sobre la discriminación a las mujeres. La discriminación que sufren las mujeres es la más antigua en el tiempo y la más extendida en el espacio. GOU ofrece un modelo educativo de marcado cariz feminista. No en el sentido de privilegiar a las mujeres frente a los varones, sino de querer una organización y funcionamiento fundados en la igualdad real y efectiva de varones y mujeres.
La discriminación que sufren las mujeres es la más antigua en el tiempo, la más extendida en el espacio, la que más formas reviste, desde la violencia más brutal hasta ciertos estilos paternalistas hacia las mujeres (se las trata mejor porque se considera que valen menos, en realidad) y la más primaria, porque siempre se añade a cualquier otro tipo de discriminación (étnica, social, por discapacidad o edad, por inmigración, etc.) componiendo formas de discriminaciones múltiples o interseccionales, más agravadas que el resto. Es, además, la que afecta a la mayoría estadística de la población. Las discriminaciones por género son conductas que se inspiran en un prejuicio cultural hondamente arraigado en la sociedad: el machismo o patriarcado, que asigna a los varones los espacios públicos (la toma de decisiones, el trabajo, la ciencia, la técnica, etc.) y a las mujeres los espacios privados.
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Por eso la discriminación es por “género” y no por “sexo”. Simone de Beauvoir escribió en El segundo sexo (1949) que la noción de «sexo» apunta sólo a las características físicas del individuo, mientras que la idea de «genero» remite a la construcción cultural que asigna diferentes funciones naturales y sociales a hombres y mujeres. Ella pretendió liberar la visión de lo femenino de la cárcel determinista de la biología (“la mujer no se define por sus hormonas, ni por instintos misteriosos, sino por la forma en que se percibe, a través de las conciencias ajenas, su cuerpo y su relación con el mundo” –ibidem, 896), la economía (como sugería el marxismo, tan influyente en su época; “no hay que creer que baste modificar su condición económica para que la mujer se transforme… mientras no se hayan producido las consecuencias morales, sociales, culturales, etc., que anuncia y que exige, no podrá surgir la mujer nueva” –ibídem, 896) o la psicología (frente a los postulados, más bien sexistas –con esas teorías de la envidia del pene, etc.- de los pioneros del psicoanálisis, también tan de moda cuando escribe el libro). La mujer “no es víctima de ninguna fatalidad misteriosa” (ibídem, 898). En definitiva, como reza la frase más conocida del libro, (ibídem, 371) “no se nace mujer: se llega a serlo”.
El 8 de marzo nos recuerda en todo el mundo las discriminaciones que a día de hoy sufren las mujeres en el ámbito laboral. Hay avances en muchos países, por supuesto, pero también retrocesos. Las crisis económicas derivadas de la Gran Recesión y de la Pandemia COVID-19 han venido a fragilizar y empeorar las condiciones de trabajo de millones de mujeres a lo largo del planeta. Falta mucho por hacer para conseguir la igualdad real entre mujeres y hombres, también en el espacio laboral, un espacio, por cierto, fundamental, porque es el que asegura, junto con la educación de calidad, la autonomía o libertad real de las mujeres.
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En este contexto, GOU ofrece un modelo educativo de marcado cariz feminista. No en el sentido de privilegiar a las mujeres frente a los varones, sino de querer una organización y funcionamiento fundados en la igualdad real y efectiva de varones y mujeres, que de ninguna manera deje a las mujeres atrás por la vigencia de patrones culturales (o más bien “inculturales”) machistas. Todos los procesos, nombramientos y decisiones de GOU adoptan, pues, un marcado enfoque de género. Con vistas a lograr la igualdad de género real, ninguna persona y ninguna entidad, sea pública o privada, pueden mantenerse neutrales.