Instrucción a distancia y educación en línea, no son lo mismo

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La migración forzosa e imprevista derivada de los súbitos cierres de las escuelas, por la pandemia, a la modalidad de instrucción a distancia ha dado lugar a una “enseñanza remota de emergencia” (Hodges). La crisis no permitió tiempo ni espacio para la planificación y el diseño de las experiencias de aprendizaje que caracterizan a una auténtica educación online. Hay consenso en que el cierre de las escuelas impacta negativamente sobre el aprendizaje de todo el alumnado no universitario y, por tanto, sobre la calidad de la enseñanza: reducción del tiempo lectivo, menos tiempo para el aprendizaje, que se acumula al conocido fenómeno del “olvido veraniego”, y aumento de la tasa de fracaso escolar y del abandono prematuro de los estudios. 

Durante el confinamiento, se plantearon graves dudas sobre la metodología a seguir en la enseñanza a distancia, así como sobre su evaluación. Además, las respuestas no fueron homogéneas, produciéndose una enorme dispersión de fórmulas, unas más felices que otras. Por supuesto, todos los sistemas educativos conocen y llevan años experimentando con la utilización pedagógica de internet, con mayor o menor fortuna, pero, en cualquier caso, no como vehículo único del proceso de aprendizaje/enseñanza. Esto sólo ocurre, y con mucha diferencia de calidad, en el sistema universitario, pero no en los niveles educativos inferiores. Tampoco son discernibles consensos claros y universales sobre las mejores prácticas en este terreno.  

La educación a distancia no es simplemente trasladar la instrucción que se hace presencialmente en el aula a una pantalla de computadora, tableta o celular. No es seguir haciendo lo que se hacía pero ahora con una pantalla, moodle y un teclado: es hacer cosas distintas. Supone una pedagogía radicalmente diferente que requiere una planificación precisa y específica. El abrupto cierre de escuelas generó la instrucción a distancia, un tanto excepcional y de urgencia, pero no una auténtica metodología de educación online, para la que no estaban formados todos los actores educativos ni se disponía de los medios tecnológicos indispensables. Los profesores, en general, han llevado a cabo una labor encomiable, pero como una solución de emergencia a una grave crisis coyuntural. 

Es posible que esta inmersión forzosa haya generado aprendizajes valiosos para el futuro, en orden a utilizar más y mejor la tecnología en la educación, pero no como vehículo único. En mi opinión, la educación en los niveles previos a la Universidad debe ser, fundamentalmente, presencial. El aprendizaje online no puede sustituir, en los niveles pre-universitarios, la experiencia presencial sino “sólo” complementarla. 

La transición a una instrucción a distancia es compleja y desigual. Ningún sistema educativo está preparado para universalizar de hoy para mañana un aprendizaje online eficaz, capaz de asegurar la calidad y la inclusión en el proceso. Por otro lado, la voluntad de adaptación de profesores y alumnado se presupone, pero no todos parten del mismo punto en experiencia, formación y recursos. Ni tampoco la tecnología educativa es única y uniforme. Además, la edad de los alumnos es un factor clave para entender qué se puede esperar del periodo de enseñanza online que trajo el cierre de escuelas: cuanta menos edad, mayor necesidad de la presencialidad para socializar e incluir.  

La educación universitaria, sin embargo, y a diferencia de la pre-universitaria, puede hacerse de modo presencial o en línea con rendimientos semejantes, pero siempre que se respeten unos estándares altos de calidad. La sociedad y la administración educativa hacen muy bien en exigir requisitos serios y rigurosos a todas las universidades. 

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